'Decir siempre sí' se establece como regla en la primera clase que tomamos, y desde allí empezamos a interpretar toda herramienta y base de la improvisación como una regla inalterable: la aceptación, la escucha, la atención, la construcción de historias, la capacidad propositiva, el actuar en el presente y el improvisar en general entra a ser parte de nuestros conocimientos académicos adquiridos, así como todo lo que hemos aprendido en el colegio, universidad o cualquier institución educativa a la que hayamos asistido.
Los elementos más esenciales de comunicación dejan de estar en el plano instintivo y pasan al plano intelectual, creyendo que si los entendemos podremos aplicarlos en la escena y seremos buenos improvisadores.
La aceptación se convierte en un 'sí' ciego, carente de sentido. La escucha y la atención en un estado falso de concentración que poco tiene que ver con la tranquilidad y las historias se convierten en palabras en nuestra cabeza, en estructuras, arcos de transformación, puntos de giro, construcción de personajes, construcción de relaciones, etc.
Con esto entramos al escenario, a hacer un check-list de lo que “debemos hacer para hacer una buena escena improvisada", nos volvemos expertos en esto y nos construimos una coraza impenetrable de seguridad con la que alteramos cualquier escena a nuestro gusto y damos el final que creemos más coherente o potente. Todo desde nuestra mente, todo a partir de cosas que 'sabemos' hacer.
Nos volvemos máquinas intelectuales expertos en ingeniar soluciones para la escena. Pero estas máquinas no tienen ni un rastro de vulnerabilidad, y nos olvidamos que existe nuestro inconsciente y nuestra imaginación, generando una frontera clara entre eso que sabemos y lo que realmente somos.
La aceptación no debería ser un sí ciego ni una respuesta automática. Debería ser una respuesta coherente frente a un contexto o estado emocional. La escucha no debería ser una concentración forzada, sino un estado de tranquilidad, disposición y percepción abierta que nos permita dejarnos afectar y permanecer vulnerables ante cualquier estímulo que pueda darnos el presente. Y las historias no deberían ser construcciones racionales, pues estas hacen parte de nosotros, todos estamos hechos de historias y para contarlas sólo basta descubrirlas.
Somos improvisadores por naturaleza, pero nos esforzamos inmensamente en 'entender' y 'saber' cómo hacerlo. Hay que desdibujar estas fronteras y entender que nuestro conocimiento no parte de nuestro intelecto y lo que acumulamos en él, parte de nuestra imaginación y de permitirle apoderarse de nosotros y generarnos experiencias auténticas desde lo que somos, permitiéndonos transformarnos y deformarnos a su antojo.
"La espontaneidad no se enseña, sólo se intenta remover el daño" Keith Johnstone.
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