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Al saber improvisar, dejamos de hacerlo

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Nos profesionalizamos en la improvisación y nos acostumbramos a trabajar solos o con nuestro grupo, encontrando la calidad de lo que hacemos en una comunicación impecable con quienes trabajamos y con nuestro público. Adquirimos la suficiente conciencia de la narrativa y la sensibilidad necesaria a las reacciones del público para permitirnos encontrarnos constantemente en una posición en la que “sabemos a donde va la historia” y por mágico que parezca sabemos que va a suceder en nuestras improvisaciones antes de que suceda.

Termina la función, los asistentes que son primerizos salen extasiados, comentando lo mucho que se divirtieron y lo bien que la pasaron y aquellos que ya son fieles al grupo pueden decir algo como “me encanta cuando X improvisador hace Y cosa (que suele hacer)".

Para algunos esto es suficiente y la ecuación se resume en diversión del público = calidad. Para otros, a pesar de los buenos comentarios salen de su función con la sensación que falta algo, de que no es suficiente. Es una sensación de anhelo por un tiempo mejor en el que todo era sorpresa y todo era juego, cuando apenas estábamos descubriendo el vértigo y la adrenalina de no saber qué va a suceder, cuando encontramos sobre el escenario o en el salón de clase la satisfacción del descubrimiento instantáneo.

De cientos de funciones que he hecho en los 5 años que llevo improvisando, creo que son contadas aquellas en las que he tenido esa sensación absoluta de felicidad que solo se genera después de un trance en el que nuestra creatividad y emoción están a flor de piel y trabajan de la mano del riesgo. Funciones en las que nos hemos encontrado haciendo cosas que no nos creíamos capaces o que jamás nos imaginamos haciendo. Funciones que conmueven al público y a los mismos actores en el escenario con una variedad emocional más allá de la diversión. Solo aquellos que las han vivido saben de qué hablo.

¿Por qué improvisamos? ¿Por qué lo hacemos frente a un público? ¿ Por qué enseñamos a otros sobre improvisación?

Si uno se permite trazar objetivos en búsqueda de encontrar respuestas a estas preguntas tan simples, quizás podría ser de nuevo esa persona que hasta ahora descubre el placer de la improvisación y mantenerse como tal a lo largo de su carrera.

Al saber improvisar, dejamos de hacerlo.

Cuando logramos cierto nivel de calidad y/o reconocimiento empezamos a trabajar por las expectativas de otros, y entramos al escenario a hacer nuestro mejor esfuerzo por mantener esa calidad o reconocimiento que hemos adquirido. Entonces aquella comunicación mágica que construimos con nuestros compañeros solo nos sirve para mantenernos en lugares seguros que hacen nuestros shows exitosos. Nuestra espontaneidad se pierde y empezamos cada vez más a inclinarnos por caminos, historias y personajes similares, empezamos a entrar en escena con tanta conciencia racional de lo que hacemos que nos conformamos con “saber a dónde va la historia”.

Nos llenamos de miedo y somos incapaces de controlar nuestra ansiedad cuando aparecen elementos distintos a lo conocido o improvisamos en espacios diferentes a los acostumbrados.

Necesitamos abrir las fronteras de los grupos, improvisar solos, improvisar con todos, improvisar en todos los espacios posibles, en todos los idiomas posibles, cometer la mayor cantidad de errores, hacer lo que nadie quisiera que hiciéramos, ir a donde no hemos ido y convertir esa comunicación impecable y conocimiento que hemos logrado con tanto esfuerzo con nuestros compañeros en una herramienta para saber cómo empujar nuestros límites y llevarnos el uno al otro a lugares insospechados, pues no hay mayor placer al improvisar que no saber hacia dónde vamos, pero saber que vamos juntos. En el momento en que sintamos que estamos haciendo las cosas bien, es hora de dejar de hacerlas de esa forma.

O no, yo que sé, todavía no estoy para andar dando respuestas sobre cómo son las cosas, aunque intentaré nunca dejar de buscarlas.

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